PRESENTES ESTACIOS PASADOS de Rosario
NADA
"...Qué silencio hay en tu puerta...
...Nada, nada más que tristeza y quietud..."
"NADA"
J. Damés - H. Sanguinetti.
Lo vivido, tanto como lo que quedará por vivir, como debate incansable de luchas intestinas, que sólo conducen a la nada.
Lo vivido, como orgullo de muchos, que en el hoy se ven obligados a no ser más que gastados recuerdos.
Lo que quedará por vivir, como prisionero de las idas y vueltas del presente; presente de proyectos truncos, que fraguan a la sombra de la enorme torre que en su seno dice tener apresada a la libertad.
Libertad que se ve contenida por el espíritu de la vereda del conquistador, que entiende que puede apropiarse de todo aquello que sus sentidos perciben. Libertad que, al cruzar la calle con su encerrada mirada de alturas, convive con el espíritu del discidente, que intenta hacer llegar su grito de equidad hacia todo aquello que sus sentidos perciben, aunque en eso se le vaya la vida. Y es en ese marco, que una enorme pero pequeña muralla, con su pino y con los supuestos dueños de la libertad como fondo, asoman en el cada día, días nuevos a los tiempos de los tiempos, donde los tiempos comenzaban a ser el marco ideal para que una idea se hiciera tierra y trabajo, y que terminara por extenderse más allá de cien años.
De nombre de pila Julio, consorte de un nada inadvertido Ulises, y de apellido Martin, un día, a tres años de entrado el siglo del cambalache, impulsó, junto a otros, el cultivo de la yerba mate a gran escala, en la provincia de Misiones. Luego, decidió destino una vez más, durante el transcurso de 1929, y mandó a construir un molino para la molienda de la yerba, en las barrancas rosarinas, moldeadas por las caricias incesantes del río Paraná.
Por esos vientos, la entrada de la nueva guerra brindaba los espacios para abrirse al desarrollo industrial y comercial, y desplegarse a un abanico de nuevas posibilidades. Posibilidades que sumaban, hacia mediados de la década del treinta, casi seiscientos sueños, entre los cuales marcaban su encierro necesario, algo más de 250 mujeres.
Mujeres y hombres... Obreros que conformaban la realidad de las canchadas, la molienda y del tostado, y tras el saludo del fin de la jornada, depositaban sus cansadas almas en los conventillos ubicados en Mendoza y Ayacucho, no por cómodos y amplios, sino porque estos les brindaban la posibilidad de acceder al trabajo sin gastos de tranway, y para poder ahorrarse la diferencia para tomarse una grapa en los bares florecientes, o perderse durante alguna noche, como gatos, por los tejados del Club Asturiano o del Catalá.
Pero no todo fueron rosas para los jardines de Don Martin, ya que su floreciente vida de negocios, allá por fines de enero del 32, se vio despojada en la suma nada desestimable de ciento noventa mil pesos, por el ostentoso y extravagante hampón y jardinero de ocasión, Chicho Chico, quien lo invitó a trocar la importante suma por la integridad de su hijo Marcelo, que fuera secuestrado en Paraguay y Urquiza, y liberado a los pocos días con todos sus alientos de vida.
Después, los días sumaron algunos años, vestidos finalmente de décadas, y tras un primer loteo, allá por los cincuenta, a cargo de otras manos privadas, la empresa lotea parte de sus terrenos, treinta años después de la instalación del molino.
Pero la vida seguía, y seguían las golondrinas de ojos y labios femeninos, buscando un Capistrano dentro de la gran empresa, ante una contratación extra, por la necesidad ocasional de elevar más la producción; y los gorilas, cargando y descargando las bolsas, para una empresa que trabajaba para la gran empresa, así los fletes podrían, una vez más, poblar lo desnudo de las calles y de las estanterías.
Desnuda empresa de producción, en los duros dias de los setenta, cuando los obreros no abandonaron por largo tiempo sus puestos, decididos a dejar sin tinta una lapicera sanguinaria, que firmaba despidos indiscriminados, munida por detrás de un gerente de ocasión, llamado Rafael Torres, como lo recuerda y seguirá recordando Horacio Grespán, junto a Quiroz, Campaña y otros delegados que el tiempo se llevó.
Desnuda de consultorios de medicina laboral, tras una noche en que un cortocircuito se colara en grupo de chispas indiscretas, sobre la yerba que dormía en busca de su mejor estado, y desatara un incendio que no cargó con vidas, pero sí con grandes pérdidas materiales.
Desnuda de a poco, deshojada en modernidad, por la revolución de nuevas tecnologías que comenzaron por llevarse, primero, las golondrinas; luego, los gorilas, y por último, debido a un plan económico coyuntural estratégico, la gran Empresa a Misiones, y una parte subsidiaria, a la zona oeste de la ciudad.
El tiempo trajo canchas de tenis, comensales almorzando y cenando; un espacio en la nada, y una vez más, obreros que, una mañana de principios de los ochenta, con la piqueta y sus manos, arrastraron el triste final.
Cuentan que durante el transcurso de los años siguientes, un empresario local intentó rugir, sin alcanzar nada más que a dar un zarpazo, que dejó un inmenso hueco en el terreno que hoy suele filtrarse, con el desparpajo de lo trunco, entre los carteles de propaganda que resguardan su enorme no - ser.
De una década a la otra, la nada, para algunos; lo exclusivo, para otros.
Entonces, el rugido fallido se convirtió, de la mano de capitales extranjeros, en la posibilidad de ser un supermercado, con patio de comidas y de sueldos, que para los desocupados resultan lo mismo, ya que se caracterizan por escapar, ambos vocablos, en su cariz concreto, de las mismas mesas.
Pero desde arriba, y no Dios, los que se proclaman dueños de la libertad, dijeron : "yo no te conozco", no puedo cambiar mi fisonomía, mi exclusividad, mi comodidad.
Y cerraron las puertas, de calle Colón, nunca Che Guevara; colocaron sus alarmas, y con sus empleados y sus cámaras, olvidaron lo olvidable, ya que sus derechos comienzan donde terminan los de los demás. Más allá de que unos empuñen la estética y la belleza, y los otros, a - penas, desocupación, hambre, desesperanza y cruel desigualdad.
Y cerraron sus puertas, colocaron sus alarmas, y delante de un pino y una pequeña muralla, cerraron las posibilidades a la nada, con un candado de dolor, una vez más.
Puertas, posibilidades, futuro, pasado... Cerraron todo. Todo, que se transforma con el andar cotidiano, en la crudeza de la nada.
Y la nada, en definitiva, es nada; y nada más....