Poné play - Discurso de Perón 17 de octubre de 1945

martes, 10 de junio de 2008

ESPACIOS PRESENTES, PASADOS...

ROSARIO - “BARRIO ACINDAR”ZONA SUR

DEVENIRES.
"..Ay, qué bronca saber/ que me dejo robar
un futuro que yo no perdí...
Pero nada regresa el ayer, / tenés que seguir..."
"CHAU...ÌNO VA MÁS!
" (Expósito - Expósito)


Las tres chimeneas, guardianas de un pasado

próspero, se encuentran en Acevedo al 3200.

Acercarse como esperando ver espacios, sin espacio para pensar el presente en pasado.
Acercarse, y sentir como un latigazo en la mirada, la decadencia de la prosperidad, como expresión genérica de un pasado irreconciliable con la mirada del hoy.
Acercarse para verse del lado opuesto a la vía, donde arman miseria de años, las casas de precaria investidura, y mirar junto a éstas, a los tres jinetes de lo que fue. Últimos molares en deterioro, de una luminosa y pujante sonrisa, que supo maravillar, en aquellas décadas de mediados del siglo pasado.
Décadas relacionadas con el progreso de la industria y el comercio, cuando el consorte de la vía solía ser el verde de los pastos y cuando no, ese amarillo típico que daba cuenta a todos de la llegada de nuevos otoños. Otoños, entre tantos; hasta que llegó aquel otoño, durante el transcurso del mes de abril del 1942, y a partir de ese momento todo comenzó a ser como no solía serlo.
De pronto, en un predio hasta el momento casi olvidado, fruto de la escasez de barras de acero para el mercado nacional, se hace a la región la visión, con capitales locales, de Arturo Acevedo y de José Aragón. Un gran emplazamiento metalúrgico, que hoy podríamos entender como una enorme boa productiva, enrededor de esas tres enormes y desvencijadas chimeneas, que nos muestra la realidad del presente. Nace del traslado de los equipos de laminación desde Chile, a lomo de mula. Nace de la falta constante de repuestos y materia prima, producto de la pos guerra. Nace del esfuerzo y de las ganas, como la síntesis de ACevedo INDustria ARgentina.
Después, el crecer, como la necesidad imperiosa de alcanzar el cielo; cielo que se vería cada vez más cerca, a partir de 1950, cuando, junto a la maquinaria necesaria para completar el ciclo de elaboración, se alcanzarían los niveles de producción deseados. Más luego, la expansión, con un nuevo emplazamiento hacia Villa Constitución, en 1951, y la verdad como sustento inobjetable, que la llevaría a enrolarse entre las industrias más importantes de la región. Acindar S.A. y el progreso. La gran fábrica, con sus tres grandes chimeneas humeantes.
Acindar S.A. y sus centenares de obreros, y la alegría de entrar cada mañana a marcar una tarjeta, para que comieran y se educaran los hijos de sus hijos. Sobre todo, después de aquella Huelga General, que estalló por 1954, y dejó tras de sí, un barrio obrero, servicios médicos, odontológicos y asistenciales, debido a que la Cooperativa Club Social y Deportiva Acindar donara sus terrenos, para terminar con el tan mentado conflicto.
Entonces, ante la nueva alborada, las paredes se multiplicaron en blanco, y comenzaron a contrastar con el naranja de las tejas. Blanco y naranja que peleaban por no dejarse al manto gris que esparcían esas tres soberbias e incansables efectoras de hollín y pleno empleo.
Después, llegó alguna nube, y luego, otra más. Y para cuando todos tomaron cuenta de la falta de aquel resplandor, palabras como crisis, hiperinflación, fusión de empresas, cambio de comisión directiva, etc, se apoderaron de aquel cielo y también, de la situación social conyuntural. Luego, nada más, y lo demás, como parte del anecdotario de un mal día de 1977, cuando un viento se llevó lejos, consigo, aquel hollín, y un candado cerró las puertas de aquella fábrica para siempre.
Fábrica que desmantelaron, a pedido y a medida de unos pocos, que allá por el Otoño de 1975, ya se habían conglomerado detrás de los buitres que supieron, a sangre y fuego, tapar el sol durante largos días. Días, como caso testigo, del cómo se disciplinaría y domesticaría, durante la más extensa y oscura tormenta que ya se avecinaba, y duraría siete años de muchas vidas perdidas.
Se llevaron la fábrica, muchas vidas y la alegría que tuvieron tantas familias. Nos dejaron las chimeneas inertes, los duros recuerdos y el asentamiento, en frente de las mismas, como secuela de la falta de ocupación.
Pero no pudieron con todo, ya que nos quedaron nuestros recuerdos... Firmes, con la firme premisa de recordar. Ni con el barrio Acindar, que supo no perecer junto a las chimeneas*, honrando la causa que lo gestó. Como así tampoco, con esas sonrisas blancas que juegan sobre el riel, y dicen llamarse Carmen, Elías, Celeste, Darío, Natalia y Manuel.
Sonrisas que se animan a fantasear, sobre las más inverosímiles funciones que tuvieran esas enormes chimeneas. Sonrisas que se apagan, cuando recuerdan que, ante la ferocidad de alguna tormenta, estas moles de antaño pierden su ser sobre sus precarias casas, poniendo en juego sus vidas.
Sonrisas blancas, que no dejan de contrastar con el gris de esas enormes tres moles como fondo.
Fondo, como símbolo sobreviviente de una etapa, que nos propone, como ayer, comprometernos con lo nuestro, cada día un poco más, para así, tal vez y por qué no, en un tiempo no muy lejano, una de estas sonrisas pueda, mirando otras nuevas, con chimeneas humeantes de fondo, volver a reconstruir esta historia, pero con un distinto, pero muy distinto final.

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