Poné play - Discurso de Perón 17 de octubre de 1945

sábado, 22 de agosto de 2009

Cárcel de Encausados y Contraventores

PASADOS ESPACIOS PRESENTES
DE ROSARIO

PÁJAROS SIN LUZ.

“Después, qué importa del después,
toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado;
eterna y vieja juventud,
que me ha dejado acobardado…
Como un pájaro sin luz…”
“NARANJO EN FLOR”
Expósito – Expósito (1973)


El recuerdo es la suma de esperanzas que nos mantiene vivos.
El sol, mediante filtros, si bien no deja de ser sol, agranda las distancias, paredes adentro, paredes afuera…
Pequeños mundos dentro del gran mundo cotidiano que nos contiene.
La cárcel, la gayola, el pozo, y las diferentes formas de nombrar la falta de libertad a que infringimos a otros y, tal vez, nos infringimos, es parte de nuestro paisaje urbano. Paisaje que, en el ayer, jugaba la suerte de periferia de una suma de manzanas muy poco pobladas, que fueron creciendo hasta dejar torres, paredones y barrotes dentro del conglomerado urbano.
Cuando a finales del siglo XIX, la ciudad, con sus hampones y barcos, que asolaban tanto las costas como los barrios, se volvieron demasiado conflictivos, tanto para aquellos que movilizaban las directrices progresistas del pensamiento alberdiano, como para todos, hubo que tomar conciencia de que la aceleración que sufrían los vientos pueblerinos, debían llevar a un replanteo, entre tantos temas, sobre la presencia de la vieja Cárcel del Crimen (ubicada en 1º de Mayo entre San Juan y San Luis), ya que la provincia, como ícono del progreso argentino, se había enrolado entre las ocho regiones del mundo que más habían crecido en esos últimos años, revelando, en Rosario, los índices de criminalidad más altos de toda Sudamérica. Entonces, el Estado, enrolado en el título de Gobernador, y bajo el nombre de José Gálvez, decidió concesionar la construcción de una nueva cárcel para Rosario, y lo lograría en junio de 1888, cuando la Legislatura Provincial destinara 500 mil pesos nacionales, con fondos que el gobierno de la Nación adeudaba a la provincia, para ponerle coto al libertinaje menesteroso y facineroso, que había recrudecido desde que la urbe comenzara a vivir una verdadera avalancha inmigratoria (pasando de 50.914 habitantes en 1887, a 94.025 ocho años más tarde). Este hecho permitía entender al conglomerado urbano como la suma de diferentes grupos sociales, de los cuales la mitad estaba compuesta por inmigrantes; y esto también se evidenciaba en las celdas: el 47 % de los presos de la Cárcel del Crimen eran extranjeros.
Las unidades carcelarias existentes estaban custodiadas por el Cuerpo de Guardia de Cárceles y el Batallón de Bomberos, tropas militares que la provincia mantenía inconstitucionalmente. Tanto los presos como los guardias cárceles, vivían acuartelados para prevenir un estallido armado y hacinados tras los muros de la prisión, donde los presos pasaban hambre, no tenían condiciones mínimas de higiene, ni días de visita, y eran sometidos a crueles castigos corporales.
En los años previos a que la obra estuviera terminada, los intentos de fuga y los acuartelamientos por parte de los guardacárceles, en reclamo del pago de sus haberes, adeudados por meses, recrudecieron, aumentando en el día a día la cantidad de desertores.La cárcel fue construida finalmente en Pichincha ( actual calle Ricchieri) y General López (Zeballos ), bajo el nombre de Cárcel de Encausados y Contraventores, siendo habilitada en 1894 para, un año más tarde, recibir al menos 300 presos de la vieja Cárcel del Crimen.
Nuevo espacio de encierro, necesariamente ordenador de anarquías reinantes y fuertemente foráneas, que fue parte constitutiva del crecer incesante de la ciudad como espectadora, no siempre pasiva, de los devenires políticos, económicos y sociales.
Cúmulo de historias de enfrentamientos entre grupos rivales, de situaciones a veces poco claras, de administraciones ciegas, mudas y sordas; y otras, de puertas abiertas, del consenso, del disenso, de la reinserción, de la reincidencia y de formas de sociablización de características muy diferentes, al diferente exterior infinito que rodea las paredes.
Supo ser parte de las musas de Rodrigo Grande, cuando filmó “Rosarigasinos”, y lo es, de todos aquellos que, como el Subprefecto Director Ricardo Landa, el juez Efraín Lura, docentes, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales y talleristas, no paran de hablar de lo orgullosos que los hace sentir ser parte de esta sociedad con cotos de ladrillos.
Las paredes, para algunos, están viviendo sus últimas estaciones, ya que tal vez pronto la comunidad se vería reubicada en Piñeiro, con parte de su historia, de su presente y su pasado, y dejarían parte de ésta en manos de un nuevo efector de salud de mediana y alta complejidad, que abriría sus ojos con vistas cercanas al 2006. En donde sus pasillos buscarán vida y libertad, pero a diferencia del pasado, darán vida, para que éstas puedan buscar libertad.
La realidad de sus actores, mientras tanto, no para de hablar de objetivos a corto plazo, como el conformar un espacio de condenados y no de procesados, el de multiplicar los talleres y todo aquello que favorezca la convivencia entre unos y otros. Otros que no deben olvidar que esos unos, sólo han perdido el derecho a la libre circulación, y por eso se les deben garantizar, por sobre todo preconcepto, todos los demás derechos, como instancia inalienable del vivir de toda persona.
Tal vez, algún día, nos empeñemos en prevenir, antes que curar. Tal vez, y por qué no, estas líneas en un futuro remoto, pero futuro al fin, puedan ser parte de las fuentes que les permitan a los teóricos constatar algunos de los vuelos de Focault.
Un mundo donde ya no se encierre, sino se integre; donde la verdad se comparta, la competencia no sea a muerte súbita, y el equivocarse no se plantee como el endemoniado error, sino como la muestra clara de una sociedad en constante construcción, en constante crecimiento.
No de crecimientos y progresos utópicamente indenifidos, sino como la suma de diferentes colectivos para seguir, aún, creciendo.

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